TRAMPANTOJOS

Escenarios de polvo

FORMAN UNO DE los paisajes más extraños y extravagantes de Andalucía. Aparecen por sorpresa en el entramado de los pequeños pueblos, sobresaliendo del perfil discreto de los horizontes rurales, destacando como cubos orgullosos en el caserío uniforme del campo. Son edificios maravillosos, enormes, prodigios de la arquitectura contemporánea en los que, sin embargo, ya parece asomar la ruina que serán.

Hubo una época en la que en Andalucía se construyeron cientos de teatros. Era el tiempo de bonanza en el que se intentó cambiar un mapa de carencias que había condenado a los pueblos a no tener su teatro. El proyecto era bienintencionado y oportuno, pero como tantas cosas no tuvo medida. Todos los ayuntamientos pidieron su gran teatro. Y lo tuvieron.

Con la extraña ligereza con la que en España se gasta el dinero público no se pensó en el futuro ni en las necesidades reales. Y como siempre se crearon palacios sin cimientos, con estancias llenas de humo y promesas. Monumentales teatros que ahora no tienen programación y que ni siquiera cuentan con presupuesto para su mantenimiento. Edificios que incluso entraron en los catálogos de arquitectura pero en cuyo vientre crecen ahora los jaramagos del tiempo. Siendo ultramodernos son como animales prehistóricos.

Esta semana se ha presentado un interesante libro que indaga en esa realidad de hace dos días, en esos mastodónticos edificios con escenarios que en nada envidiaban al del Bolshoi y que ahora languidecen por falta de presupuesto y de público. El libro se titula A mi pueblo no le gusta el teatro y lo ha escrito con mucho de experiencia, desencanto y también esperanza en el futuro el actor y gestor Víctor García Ángel. En la portada, un niño orina sobre la pared donde se ve la taquilla de un teatro cerrado. Todo un tratado del presente.

Víctor García Ángel se ha topado durante años con responsables de la programación cultural de los municipios que le repetían la dichosa frase:«A mi pueblo no le gusta el teatro». Era extraño porque a pocos kilómetros, un escenario más adaptado a la realidad sí que contaba con el favor de la gente del pueblo. ¿Es que existían insólitos códigos genéticos dependiendo de la localización geográfica o del agua que se bebiera y que predisponían más o menos a apasionarse con Shakespeare y Lope de Vega? García propone planes y alternativas de gestión para salir de esta situación absurda creada -otro déjà vu- por políticos nefastos. Responsables públicos que además no han tenido que rendir cuentas por su despilfarro y despropósito.

Este martes se celebró el Día de la Danza, pero en estos edificios desolados ya no hay lugar para las artes escénicas. Sólo habitan fantasmas sin historia, sin pasado ni presente ni futuro, proyectos que murieron casi al poco de nacer y que crían un polvo incómodo que ya no se puede esconder bajo ninguna alfombra de mentiras.

eva.diaz@elmundo.es

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